jueves, 26 de febrero de 2009

La obra de Pablo Neruda

La Poesía de Pablo Neruda

Neftalí Ricardo Reyes, mejor conocido como Pablo Neruda, nace en Parral, Chile, en 1904 y muere en 1973 en la ciudad de Santiago de Chile.
De entre sus diversas obras, una de las más reconocidas es Veinte poemas de amor y una canción desesperada, publicada la primera edición en 1924 y la segunda, con algunos cambios como el del poema 16, en 1932. Este libro se publicó cuando Neruda contaba con la edad de veinte años y es, a la fecha, uno de sus libros más reconocidos.
Innumerables críticas y lecturas se le han hecho ya a esta obra, desde los que la alaban como poseedora de un estilo maduro, hasta las que la llaman genial pero joven, desde el surrealismo, hasta el realismo más crudo.
El mismo intento de analizar algo de la obra de Neruda, se muestra como una labor titánica y por demás difícil. Es, también, hasta cierto punto injusta con el escritor, puesto que no pocas veces se confunde al joven Neruda que escribiera Veinte poemas…, con el ya calvo e imponente hombre, ganador del premio nobel de literatura.
Otro de los motivos que hacen temerario el analizar a Neruda, es que con la sola mención de su nombre o su poesía, impone el mismo respeto y silencio que un musculoso alemán de dos metros y medio encañonándolo a uno con una ametralladora.
Por ello, y procurando tener el mayor cuidado posible, haremos unas cuantas notas acerca de algunos de los poemas del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, tarea ya por sí sola ambiciosa.
Cabe mencionar en principio que ninguno de los poemas poseía un título originalmente, y que Neruda les puso algún título sugestivo, pero no es algo que se maneje en todas sus ediciones. Otro dato curioso, es que varios críticos mencionan a Veinte poemas… como una obra de poesía erótica, sin que esto sea cierto necesariamente, o, por lo menos, no lo es de manera obvia.

El Poema

A continuación, trataremos de hacer un análisis lo mejor posible, de los poemas núm. seis y diez, que tienen por título tentativo las palabras con que comienza el primer verso: “Te recuerdo como eras…” y “Hemos perdido aún…” respectivamente. Para facilitar la comprensión del análisis, primero se colocará el poema correspondiente.

VI
Te recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo. Y las hojas caían en el agua de tu alma. Apegada a mis brazos como una enredadera, las hojas recogían tu voz lenta y en calma. Hoguera de estupor en que mi sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma. Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina gris, voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban mis profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas. Cielo desde un navío. Campo desde los cerros. Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma! Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos. Hojas secas de otoño giraban en tu alma.

La memoria perenne de una figura idealizada que difícilmente se olvida, envolvente, es el equivalente a admirar “Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.” Algo que no se puede dejar de ver, demasiado obvio y visible como para ignorarlo. Sencillamente, es una oda a la belleza de la amada. Un regocijo del recuerdo.
Difícilmente se distingue al principio el tono del poema, si es melancólico, alegre o simplemente de un aire pensativo, pero luego aparece una mención curiosa “siento viajar tus ojos, y es distante el otoño” como una sensación de que la amada se aleja poco a poco, y la mención de su pasado fuese un recordatorio de cómo era en tiempos anteriores, probablemente más felices, o tal vez sólo más inocentes.
Aún así, la mera evocación de la imagen, es suficiente para traer felicidad y de calma al amante, cierto sentimiento de paz que solo se tiene cuando se está con quien se ama.

X
Hemos perdido aun este crepúsculo. Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He visto desde mi ventana la fiesta del poniente en los cerros lejanos. A veces como una moneda se encendía un pedazo de sol entre mis manos. Yo te recordaba con el alma apretada de esa tristeza que tú me conoces. Entonces, dónde estabas? Entre qué gentes? Diciendo qué palabras? Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste, y te siento lejana? Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo, y como un perro herido rodó a mis pies mi capa. Siempre, siempre te alejas en las tardes hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

El tono del poema es, como fácilmente se aprecia, preponderantemente melancólico, casi se le respira cierto sentimiento de despecho, pero sobre todo, de abandono.
Contrastando con el poema VI, aquí el olvido es aquí el principal enemigo, “Hemos perdido aun este crepúsculo”, ya no se recuerda este momento, todos lo han borrado de su memoria “Nadie nos vio esta tarde”
Se encuentra una lucha encarnizada contra el monstruo del olvido, el narrador es el único capaz de recordar y ello lo desola, a su amada ya no le importa, y si lo hace, simplemente lo ignora, se vuelve fría “…y te siento tan lejana”, es la desesperación del amante al saber que a quien ama ya no le corresponde sintetizada en una línea.
Acaso los celos ataquen, o una mera reclamación, cuando pregunta por ella en la quinta estrofa, tal vez, si no, es simplemente una triste duda que le invade, llena de nostalgia y tristeza, del momento en que se llena de ardiente sentimiento y ella no estaba presente.
La palpable soledad del amante, se hace notar en el hecho de que está en algún rincón de su hogar, acompañado de nadie, recordando a su amada en alguna tarde, tal vez de otoño, mientras observa el paisaje “He visto desde mi ventana / la fiesta del poniente en los cerros lejanos”, esta soledad agrega un poco al tono triste del poema, puesto que lo vuelve desolado.
Aunque eventualmente llega un rayo de esperanza, una bella memoria (“a veces como una moneda / se encendía un pedazo de sol entre mis manos”) que ilumina momentáneamente y se atesora el recuerdo, pero luego, con la misma memoria, viene la tristeza de saber que eso ya no puede ser nuevamente, que la amada ya no lo ama.
Al final, acaso lo mas triste, se hace notar que la mujer se aleja “hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”, al olvido, más allá de donde el amante lograría llegar jamás.

A manera de conclusión, sólo me gustaría hacer notar algo simple, y es que, a fin de cuentas, la poesía no es para analizarse, si no más bien para sentirse.


Ø Neruda, Pablo, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 4ª ed., Editorial Porrúa, México DF, 2006.

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